
Iniciativa tan laudable, remite a la conducta de la legión de filántropos y “visitadores del pobre” decimonónicos que, respondiendo a un impulso caritativo, intentaba paliar los daños que causaba el pauperismo. Con un discurso moralizante y un voluntarismo digno de encomio, se pretendía hacer frente a un problema sistémico, generado en el tránsito de la sociedad feudal a la capitalista y de las estructuras rurales a las industriales. Afortunadamente, con el cambio de siglo, el altruismo, sentimiento individual fundamentado en la ética, declinó en favor de la solidaridad social, de clara resonancia política, y el Estado asumió su responsabilidad en materia de bienes públicos y redistribución de la renta.
Hoy, al avanzar un nuevo milenio, en una época tan marcada por el “aziendalismo”, que todo lo pasa por el tamiz del beneficio, renacen los “visitadores del pobre” y el Estado abandona sus responsabilidades sociales. Pero, el desarrollo, como sostiene el Nobel de economía, Amartya Sen, exige algo más que filantropía. Hay que eliminar la pobreza y la tiranía, la escasez de oportunidades económicas y las privaciones sociales sistemáticas. De lo que se trata, en definitiva, es de consolidar los sistemas de protección en los países más desarrollados y sentar las bases para su implantación en los más pobres. Señores de Davos seamos serios: más justicia y menos caridad.
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