[Artículo de FERNANDO LÓPEZ CASTELLANO publicado en La Opinión de Granada el 15 de octubre de 2008]
La mañana del lunes, 13 de octubre, me despierto con la feliz noticia de que la Real Academia Sueca de las Ciencias ha otorgado el Nobel en Economía al profesor de la Universidad de Princeton, Paul Krugman. Sin duda, el economista que mejor escribe desde John Maynard Keynes, como rezaba en la contraportada de una de sus obras más conocidas, El teórico accidental y otras noticias de la ciencia lúgubre. Tan grata noticia sorprende más, si cabe, en un momento de absoluta escasez de debate en el ámbito de la Ciencia Económica, y en pleno auge de una crisis que apunta al corazón del sistema. Ni los más optimistas esperábamos tan merecido galardón.
El premio que se le otorga a Paul Krugman es tan solo un jalón más en el largo camino hacia la posteridad. Ya, en 1991, recibió la medalla John Bates Clark, un trofeo más difícil de lograr que el Nobel, a juicio de los entendidos. En 2004, se le concedía el Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. Se reconocía, así, su contribución al pensamiento económico y una gran labor investigadora. Por su parte, la Academia justificaba el galardón por “su análisis sobre los patrones comerciales y dónde se lleva a cabo la actividad económica”. Su «nueva teoría del comercio», formulada en 1979, permitió superar la tesis del economista David Ricardo, vigente desde principios del siglo XIX, basada en las ventajas comparativas. La tesis, aunque remozada con posteriores aportaciones, no explicaba el progresivo dominio del comercio internacional por países con condiciones similares y que comercializaban los mismos tipos de productos. Krugman elaboró un modelo que incorporaba economías de escala y competencia monopolística. Tal estructura de mercado daba lugar a la presencia de diferenciación en los productos y lealtad del consumidor a la marca. La nueva teoría sirvió de base a nuevos campos de investigación, tales como la denominada «nueva geografía económica », para explicar las pautas de la localización espacial del desarrollo.
La Academia ha reconocido el saber económico, pero también al economista político, al científico social que ha sabido introducir en sus análisis variables como el poder o los intereses, a menudo ignoradas en los modelos económicos convencionales. Krugman no huye de la formalización, pero entiende, con Von Neuman, que “cuando una disciplina matemática se aleja de su fuente empírica está amenazada de graves peligros”. Con economistas como él no hay peligro de que la disciplina económica pierda contacto con los problemas reales.
Pero Krugman no es un personaje marginal. Asesor de la Casa Blanca con Reagan, y de instituciones como el FMI, o la ONU, fue excluido, en última instancia, del equipo económico de Clinton a su llegada al poder en 1992. Con el paso de los años Krugman ironizó que tal empleo no iba con su carácter y, además, se hubiera visto obligado a andar de traje todos los días. Su vida académica transcurre en las universidades más prestigiosas del país: graduado en Yale, doctorado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), donde ejerció la docencia y profesor de la Universidad de Princeton, en la actualidad. Su trayectoria puede suscitar odio, pero nunca desprecio o conmiseración.
Si en un primer momento canalizó su crítica hacia los “buhoneros del disparate económico” y sus recetas, en el presente cuestiona los postulados de economistas neoliberales y de líderes políticos neocons con sarcasmo. En el mundo de la retórica, entendida como arte de la persuasión, son reseñables sus columnas en diversas revistas económicas y, sobre todo, en el influyente diario New York Times. En ‘El gran engaño’ (2003) y en su último libro, ‘Después de Bush’ se recopilan parte de estos artículos y se critica la deriva del Partido Republicano hacia posiciones próximas a la extrema derecha y a uno de los defensores de dicha ideología, el mítico Alan Greenspan.
Muy preocupado por la desigualdad creciente de las condiciones materiales, generada por la nueva cultura del dinero en EEUU, denuncia la desaparición de la clase media, la muerte del sueño americano y el regreso de las desigualdades de rentas a los niveles de los años 20 del siglo pasado, cuando era una nación en la que el privilegio convivía con la más abyecta miseria. Critica la “teoría económica del derrame” implantada por Bush y reclama rehacer el new deal. Haciendo uso de su mordacidad, Krugman llega a retar al lector a plantear acciones políticas para convertir a Estados Unidos en una sociedad de castas. En su opinión, para lograrlo debería eliminarse el impuesto sobre el patrimonio, reducirse las tasas impositivas de las personas de ingresos altos, trasladando la carga a los asalariados y crearse paraísos fiscales. También, deberían recortarse los gastos en salud y educación públicas y privatizar gran parte de las funciones gubernamentales.
Su preocupación por las vicisitudes del sistema financiero se ponía de manifiesto con una obra de título premonitorio: ‘De vuelta a la economía de la gran depresión’ (2005). En ella propone una reforma radical del sector para evitar las crisis futuras y plantear un horizonte más estable, y extender las regulaciones de los bancos comerciales a los de inversión, hedge funds y otros productos financieros. En sus últimos escritos ha sido muy crítico con el plan de rescate propuesto por Henry Paulson, al que describe como una suerte de intercambio desigual: “dinero a cambio de basura”.
La Economía Política está de fiesta como en la divertida sátira de Berlanga al aislamiento internacional de la España de mediados del siglo XX. Pero esta vez, la caravana de las ideas económicas no ha pasado de largo: Bienvenido, Mr. Krugman.
I don´t live here any more
Hace 12 años
Me alegro de que se reconozca a quienes ya preveían el desastre, y espero que de una vez se escuchen sus consejos.
ResponderEliminarLeila
Grandes reflexiones, cargadas de realidad cruel en lo económico. Espero una publicación nueva.
ResponderEliminarNo dejes de escribir.
Un saludo.